Capítulo 54 de la columna de Marcelo di Marco.
Por Marcelo di Marco (*)
—Me recopa el Tetra, máster, qué quiere que le diga. Entre otras cosas, lo encuentro muy cómodo de usar. Y superpráctico. No sé si usted vio alguna vez la peli “Gran Torino”.
—Varias veces la vi, Pukkas. ¿Por qué me lo preguntás?
—Porque hay una escena buenísima, cuando Clint Eastwood le da unas cuantas herramientas al vecinito chino y le explica que con esos elementos básicos un hombre puede hacer los arreglos que quiera. El Tetra me recuerda a eso.
—No eran “unas cuantas herramientas”, sino una pinza pico de loro (por lo que se alcanza a ver), un rollo de cinta adhesiva y una lata de wd-40. Lo recuerdo perfectamente. Además, el vecino no era tanto “chino” sino hmong. Pero no me digas que el Tetra te hace pensar en esa escena.
—¿Por qué no, maestro? Mientras más vamos aplicando aquello de buscar sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios terminados en “mente”, más me da la impresión de que su método de cuatro pasos puede mejorar cualquier texto.
—Puede ser, Pukkitas. Pero no te olvides de que, en la película, Clint no le dice al vecino que con esos tres elementos puede arreglar todo lo que quiera, sino la mitad de las tareas domésticas normales.
—¿Y la otra mitad con qué se arregla?
—En la casa, llamando a un maestro mayor de obras de la calidad de mi amigo Bruno Toledo, quien haciéndose un tiempo entre sus mil trabajos nos da una mano a Nomi y a mí con los arreglos que se van necesitando en La Anita para mantenerla siempre bella y acogedora. En la literatura, depende. No te olvides de que vos lo dijiste hace un rato: el Tetra solamente diagnostica.
—Es cierto. Lo que pasa es que uno va a la fácil.
—Y por eso corremos el riesgo de caer en una especie de reduccionismo mecanicista, Pukkas. No se puede simplificar más de la cuenta un tema tan complejo como es el de buscar la palabra más significativa y pintar realidades valiéndonos sólo del lenguaje.
—El proceso creativo es muchísimo más que eso.
—Bien lo has dicho. Y para alejar del lector culpabilizador sus ganas de acusarnos de facilismo, permitime volver a machacar con que el Tetra es un método de diagnóstico, no de cura. La cura vendrá después, y nace (como toda cura) del diagnóstico. El tetra, en su base, se dedica a mostrar qué hay en el texto. Ojo, Pukkas: no digo “qué cosas malas” hay en el texto, sino qué hay en el texto.
—Ejemplos, máster, por favor. Hoy parece que se subió a un tren bala.
—Pongamos el caso de los adverbios terminados en el sufijo “mente”, los adverbios de modo: esos primos hermanos de los adjetivos que te indican de qué manera se realizan las acciones. Pese a que en ciertos talleres literarios ronda el falaz mandato de que no hay que usarlos, so pena de que al autor se lo califique de amateur, esos adverbios no son intrínsecamente perniciosos en la escritura de cada cual.
—¿En serio, máster? ¿Pueden usarse?
—¿Y por qué no, Pukkas? ¿Porque te lo dijo algún correcto pedagogo o algún “Maestro de Maestría en Escritura Creativa”, de esos que también te anatemizan por usar signos de exclamación y gerundios y adjetivos, o por afirmar que la literatura es una actividad altamente placentera? Enterate, nefelibata: los adverbios de modo son un recurso más de nuestra lengua. Yo jamás redactaría de esta manera la oración que te dije recién, por miedo a que algún tiránico tallerista me excomulgue automáticamente por usar un adverbio terminado en “mente”:
Atención: vale aclarar que estos adverbios NO SON DE INTRÍNSECA PERNICIOSIDAD en la escritura de cada cual.
—Más forzado no se consigue, máster. Aquello de “esos adverbios no son intrínsecamente perniciosos en la escritura de cada cual” resultaba mucho más natural.
—Y eso es porque en esa oración… cautelosa, digamos, la palabra “perniciosidad” suena como una auténtica patada a la aurícula. Lo aclaro porque el terror a que se escape algún adverbio de modo puede llevar a los autores temerosos del qué dirán a rebuscar complicados modos de evitarlos. En el ejemplo que acabo de mostrarte, un modo sumamente cacofónico.
—Y todo ese empeoramiento sin ninguna necesidad, dice usted.
—Por supuesto. Jamás redactaré así la frase que apunté recién sobre el tiránico tallerista:
(…) por miedo a que algún tiránico tallerista me excomulgue DE MANERA AUTOMÁTICA por usar un adverbio terminado en “mente”.
—Escribir así sería caer en el ridículo, máster, atentar contra la economía y la precisión.
—Es como si les gritásemos a los lectores: “¡Vean, admiren con cuánto cuidado extirpé de mis textos esa maleza del adverbio terminado en “mente”! Ojo, Pukkitas: según contexto, puede que nuestros adverbios sean pertinentes o no. Pero, ya sean adecuados o inadecuados, pasándole el Tetra al texto sabremos cuántos hay y dónde pululan.
—Moraleja: para poder esforzarse, primero hay que saber sobre qué esforzarse.
—No lo hubiera dicho yo mismo con mejores palabras, Pukkas. Y siempre, a la hora de esforzarse, es necesario recordar que es el contexto el que manda. Yo estoy con el Stephen King de “Mientras escribo”, cuando explica que los adverbios…
…son como el diente de león. Uno en el césped tiene gracia, queda bonito, pero, como no lo arranques, al día siguiente encontrarás cinco, al otro cincuenta… y a partir de ahí, amigos míos, tendrán el césped «completamente», «avasalladoramente» cubierto de diente de león. Entonces los verán como lo que son: malas hierbas; pero entonces, ¡ay!, entonces será demasiado tarde.
—En esto último disiento con el Rey Esteban, Tío: nunca es tarde. Siempre se puede seguir trabajando sobre nuestros borradores.
—Y sobre todo confiadamente, si uno dispone de ese excelente detector de malezas que es el Tetra. Vení, vamos a pasárselo de nuevo al texto de Gandy Cruz, aplicándole lo que aprendimos de las palabras “mano” y “sentir”. Hagamos “que el objeto o acontecimiento inesperado sea menos inesperado”, a ver con qué nos encontramos:
Eva contempló el rojo profundo y brillante del fruto: su superficie atrapaba la luz de la tarde. Extendió la MANO y la tocó, SINTIÓ lo jugoso y suave que ERA. Sin ningún esfuerzo el fruto se desprendió de la rama: ERA ligero y emanaba un olor dulce y fresco.
—Si quieres morder, muerde —dijo la Serpiente—. Ese deseo también es parte de lo que Dios te ha dado. Un deseo que viene de la voluntad de Dios.
—Qué buena escena, máster. Es cierto que aparecen palabras naranjas. Lo de MANO, obviamente, me recuerda lo que estudiamos de Poe y “El gato negro” en la nota 52. Y también en esa misma nota vimos que el verbo SENTIR es muy usado, muy aparecedor, porque sirve para expresar un montón de situaciones y estados anímicos. En cuanto al ERA, ya lo hablamos: también aparece listado el verbo “ser” en esa nota, “Elogio del moco”. Pero…
—Pero a vos te dan ganas de dejar todo como está.
—Es cierto, máster, me leyó el pensamiento.
—En parte tenés bastante razón, Pukkas, pero te cuento que el mero disponerse a usar el Tetra ya ubica al escritor en un estado de tensa y creativa objetividad.
—Dicho en buen criollo, el tetra agudiza el olfato.
—Exactamente. El uso del tetra nos predispone psicológicamente a la búsqueda de la belleza. Y si el texto ya es bello en su borrador, como sucede con el de Gandy, que es un escritorazo, puede seguir ganando en belleza si atendemos a lo que realmente debemos atender.
—¿Le parece que les dejemos a los lectores la tarea de la cura, máster, ya que el diagnóstico está hecho?
—De acuerdo, Pukkitas. Y a vuelta de página les mostramos lo que hicimos con Gandy y sus compañeros de taller cuando oportunamente le echamos mano a aquella escena.
—Hecho.
(*) Los capítulos anteriores pueden leerse haciendo clic acá.